Es sábado el día en que la veo,
espero toda la semana que llegue este día y cuando lo hace me siento como una
niña en la mañana de Reyes. Entro en la cafetería, no quiero que crea que voy
por ella, aunque es así, por eso llevo el periódico bajo el brazo. Está detrás
de la barra ordenando y cuando me ve sonríe ampliamente, adoro su sonrisa desde
la primera vez que la vi. No hay nadie más, solo nosotras dos, vengo a primera
hora a sabiendas que así estaremos un rato asolas para charlar y a lo mejor
compartir alguna confidencia. Me siento en mi mesa, la de la esquina, justo al
lado de la barra, no quiero parecer muy osada sentándome muy cerca, me gusta
mantener cierta distancia. Ella está preparando mí café, ese que ya no le pido
porque sabe perfectamente como me gusta, la miro con cierto descaro sabiendo
que si se gira me descubrirá perdida en sus curvas y su pelo cobrizo. He soñado
tantas veces en su cuerpo, su tacto y sabor que casi puedo sentirlo con verla.
Mis pensamientos han volado a millones de años luz y cuando vuelvo ella ya no
está, ha andando hasta llegar a mi lado con dos cafés. A veces desayuna
conmigo, somos amigas y es normal no hay que ir más allá, no puedo leer más
lejos de eso duele ilusionarse y luego caer. Deja mi café delante del periódico
y coloca el suyo a mi derecha, sonríe, sus ojos se quedan atrapados en los míos
y me siento completamente desnuda, bajo la mirada al periódico buscando refugio
y fuerza.
lunes, 16 de julio de 2012
martes, 5 de junio de 2012
Marta
Marta vivía en la misma ciudad de siempre, en la misma casa de siempre y
con el mismo novio de siempre. Marta tendría que haber sido feliz, como
siempre, pero no era así, ya no le gustaba la misma ciudad de siempre, ni la
misma casa ni siquiera su novio. Ahora Marta soñaba con otras cosas, cosas que
no podía contar a nadie, cosas que ni ella misma entendía.
Todo empezó una mañana en que caminaba por la calle, un poco apresurada
porque llegaba tarde a recoger a su novio de pronto alguien la empujó y se vio
en el suelo, no había visto quien era, pero fuese quien fuese se iba a enterar
en cuanto levantara la
cabeza. Y lo hizo, pero no pudo protestar porque una preciosa
chica la estaba mirando muy apurada. No supo el porque pero se sonrojó al
mirarla, pero no podía dejar de hacerlo esos ojos la atraían son remedio. ¿Que
le pasaba? Se puso en pie, se arregló la ropa y sin volverla a mirar por lo que
pudiera pasar, se fue de ahí.
jueves, 31 de mayo de 2012
Martin
La madre de Martín entró por la
puerta del café cargada con varias bolsas, además de las que colgaban del
cochecito que empujaba. Martín, que aún iba atado dentro de su habitual medio
de transporte, empezó a mover los brazos, lleno de emoción. Yo estaba sentada
en una mesa de la esquina y, aunque leía concentrada el periódico, levanté la
vista al oír sus grititos de excitación. Su madre saludó a la camarera,
definitivamente eran habituales del sitio, buscó su mesa y se sentó en ella
dejando ordenadamente las bolsas a un lado. Luego se giró hacia su hijo y desabrochó
las correas del cochecito.
No suelo ser muy amiga de los
niños cuando mi plan es leer y tomarme un café con un croissant con
tranquilidad después de una discusión con mi madre, pero Martín me conquistó al
instante.
Saltó de su cochecito y empezó a
balbucear esas palabras que solo una madre entiende. Ella sonrió y le contestó.
Se levantó y de la mano de su hijo fueron a la estantería llena de libros que,
nada más entrar, a mi me había llamado tanto la atención. No es muy habitual
encontrar un lugar en el que se fomente la lectura y no el ruido. Señaló uno de
los cuentos, colocados en la parte inferior donde niños como Martín llegasen
para cogerlos, y luego lo tomó entre sus manos. Una enorme sonrisa apareció
mientras miraba el libro.
martes, 22 de mayo de 2012
Reencuentro
Iba caminando hacia la entrada del recinto, las manos apretadas, los brazos
tensos y los ojos fijos en esa puerta decorada sutilmente con globos de colores
y una pancarta en la que se leía “Bienvenidos curso del 2000”. No se podía
creer que al final Juan la hubiera convencido para ir, había insistido tanto en
que debía estar allí, que al final por no oírle aceptó la invitación que había
llegado a su email unos días antes.
Pero realmente no quería estar allí, en ese polideportivo cutre, reencontrarse
con sus compañeros de carrera le apetecía, pero ¿Y si estaba ella? Ese era su
mayor temor, encontrarla, no podría soportar ver a la que había sido y seguía
siendo la causa de sus mayores alegrías y penas, aunque nadie lo supiera. Todo había
empezado como una locura de juventud, pero poco a poco se fue convirtiendo en algo
más, al menos para una de ellas. Para la otra, la cobarde, fue algo que terminó
con el final del último año, para luego volver a su vida correcta y previsible.
Seguro que estaba allí con su marido pavoneándose de sus tres niños y el perro.
martes, 8 de mayo de 2012
Palabras al viento
La primera vez fue solo un insulto, le había hecho la cena. Era su
primer día en el que seria su hogar, y quiso hacer algo especial. ¿Cómo iba a
imaginar su reacción? Él, que desde el primer día la había tratado como una
princesa. Él, que había enamorado a sus suegros, que nunca antes habían
aprobado ninguno de sus novios. Él la llamó estúpida por una lasaña algo
tostada, no quemada, pero a le gustaba blanca sin apenas gratinar. Luego le
pidió perdón, parecía tan arrepentido, se justificó con un día muy duro en el
trabajo y se comió todo el plato. Ella le perdonó, solo había perdido los
nervios, a cualquiera le podía pasar.
La siguiente vez fue más duro. Estaban preparando la maleta para una
escapada romántica, ¿Cómo podía saber ella que le molestaría su firma de meter
las cosas? Él, que había llorado al ver a su hijo recién nacido. La empujó
contra la pared. El golpe le causó un oscuro y doloroso moratón en la espalda,
una pequeña brecha en la cabeza y un permanente dolor de cervicales en los
siguientes meses. Luego, mientras curaba sus heridas, llorando y suplicando, le
pidió perdón. Le dijo que no sabía qué le había pasado, que él no era así, pero
que le hacía perder los nervios, que no volvería hacerlo. Ella de nuevo, con
lágrimas por el dolor físico y emocional, lo perdonó mientras se abrazaban.
lunes, 30 de abril de 2012
¿Que si me arrepiento? No puedo sentir remordimiento por querer sentir placer, al igual que tú no lo sentirías por hacerle el amor a una hermosa joven; o es que acaso no lo haría si tuvieras la ocasión, a lo mejor no, quien sabe cuál es la naturaleza de cada uno. El placer surge de lo más hondo de nosotros mismos, de esa parte de nuestra alma que normalmente, por miedo, solemos ocultar. Por eso toda mi vida, desde niña, sentí un enorme vacío dentro de mí. Pensé que al casarme y tener hijos eso cambiaria, pero me equivoqué. Era como si me faltara una pieza de un enorme puzle y por mucho que pusiera otras piezas, ninguna encajaba exactamente. No era que me sintiera sola, o poco querida, en mi vida tuve mucho amor, simplemente era una oscuridad que no se llenaba con nada, una necesidad de algo que no podía identificar. Cuando, al fin, me atreví a dejar salir esa oscuridad, fue cuando me sentí completa.
Todos recordamos nuestra primera vez, la mía fue tan especial, tan hermosa. Era un chico joven, bastante más que yo, con unos hermosos ojos azul claro de los que me quedé absolutamente enamorada. Nos vimos una mañana de verano por la calle, yo paseaba con mi hija mayor, que por aquel entonces tenía once años ya, él repartía publicidad. Cogí uno de los papeles y le sonreí. En ese momento, mientras él me devolvía la sonrisa, supe que sería el primero, era mi destino y el suyo.
No tuve ningún problema en convencerlo que se viniera conmigo, ni te imaginas lo confiados que son los chicos si les prometes sexo salvaje sin compromiso. ¿Tenéis algún tipo de fantasía rara con eso? No hace falta que contestes, tu cara lo dice todo.
sábado, 28 de abril de 2012
El ascensor
Tumbada en el sofá sonreía al pensar como había
acabado allí, a veces los días normales se pueden convertir en el mejor día de
tu vida.
Eran las 8 de la mañana, como siempre iba tarde
así que cuando se abrieron las puertas del ascensor entró sin mirar, la pobre
chica que estaba junto a la puerta se llevó un buen golpe. Levantó la mirada y
se encontró con esos enormes ojos verdes de los que quedó inmediatamente
prendada.
- Lo siento – dijo – no te he visto.
- Ya lo he notado – había sonado realmente brusca,
cosa que extrañamente no le molestó, todo lo contrario.
- ¿Bajas? – le sonrió sin poder dejar de mirarla.
- Sí – había bajado la mirada sonrojada al notar
como no le sacaba los ojos de encima.
jueves, 26 de abril de 2012
Empezando de cero
Hace años cree este blog para publicar en él historias creadas y surgidas de mi imaginación, hoy retomo la idea. Será un espacio donde dejar constancia de mis textos, esos relatos que escribo y a veces no llegan a ver la luz más allá de mi portátil y algunos que ya tengo publicados y que recogeré de nuevo aquí.
Solo deseo que la gente que me lea lo disfrute al igual que yo lo hago cuando escribo.
Maria.
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