jueves, 31 de mayo de 2012

Martin


La madre de Martín entró por la puerta del café cargada con varias bolsas, además de las que colgaban del cochecito que empujaba. Martín, que aún iba atado dentro de su habitual medio de transporte, empezó a mover los brazos, lleno de emoción. Yo estaba sentada en una mesa de la esquina y, aunque leía concentrada el periódico, levanté la vista al oír sus grititos de excitación. Su madre saludó a la camarera, definitivamente eran habituales del sitio, buscó su mesa y se sentó en ella dejando ordenadamente las bolsas a un lado. Luego se giró hacia su hijo y desabrochó las correas del cochecito.
No suelo ser muy amiga de los niños cuando mi plan es leer y tomarme un café con un croissant con tranquilidad después de una discusión con mi madre, pero Martín me conquistó al instante.
Saltó de su cochecito y empezó a balbucear esas palabras que solo una madre entiende. Ella sonrió y le contestó. Se levantó y de la mano de su hijo fueron a la estantería llena de libros que, nada más entrar, a mi me había llamado tanto la atención. No es muy habitual encontrar un lugar en el que se fomente la lectura y no el ruido. Señaló uno de los cuentos, colocados en la parte inferior donde niños como Martín llegasen para cogerlos, y luego lo tomó entre sus manos. Una enorme sonrisa apareció mientras miraba el libro.

martes, 22 de mayo de 2012

Reencuentro


Iba caminando hacia la entrada del recinto, las manos apretadas, los brazos tensos y los ojos fijos en esa puerta decorada sutilmente con globos de colores y una pancarta en la que se leía “Bienvenidos curso del 2000”. No se podía creer que al final Juan la hubiera convencido para ir, había insistido tanto en que debía estar allí, que al final por no oírle aceptó la invitación que había llegado a su email unos días antes.
Pero realmente no quería estar allí, en ese polideportivo cutre, reencontrarse con sus compañeros de carrera le apetecía, pero ¿Y si estaba ella? Ese era su mayor temor, encontrarla, no podría soportar ver a la que había sido y seguía siendo la causa de sus mayores alegrías y penas, aunque nadie lo supiera. Todo había empezado como una locura de juventud, pero poco a poco se fue convirtiendo en algo más, al menos para una de ellas. Para la otra, la cobarde, fue algo que terminó con el final del último año, para luego volver a su vida correcta y previsible. Seguro que estaba allí con su marido pavoneándose de sus tres niños y el perro.

martes, 8 de mayo de 2012

Palabras al viento

La primera vez fue solo un insulto, le había hecho la cena. Era su primer día en el que seria su hogar, y quiso hacer algo especial. ¿Cómo iba a imaginar su reacción? Él, que desde el primer día la había tratado como una princesa. Él, que había enamorado a sus suegros, que nunca antes habían aprobado ninguno de sus novios. Él la llamó estúpida por una lasaña algo tostada, no quemada, pero a le gustaba blanca sin apenas gratinar. Luego le pidió perdón, parecía tan arrepentido, se justificó con un día muy duro en el trabajo y se comió todo el plato. Ella le perdonó, solo había perdido los nervios, a cualquiera le podía pasar.
La siguiente vez fue más duro. Estaban preparando la maleta para una escapada romántica, ¿Cómo podía saber ella que le molestaría su firma de meter las cosas? Él, que había llorado al ver a su hijo recién nacido. La empujó contra la pared. El golpe le causó un oscuro y doloroso moratón en la espalda, una pequeña brecha en la cabeza y un permanente dolor de cervicales en los siguientes meses. Luego, mientras curaba sus heridas, llorando y suplicando, le pidió perdón. Le dijo que no sabía qué le había pasado, que él no era así, pero que le hacía perder los nervios, que no volvería hacerlo. Ella de nuevo, con lágrimas por el dolor físico y emocional, lo perdonó mientras se abrazaban.