Marta vivía en la misma ciudad de siempre, en la misma casa de siempre y
con el mismo novio de siempre. Marta tendría que haber sido feliz, como
siempre, pero no era así, ya no le gustaba la misma ciudad de siempre, ni la
misma casa ni siquiera su novio. Ahora Marta soñaba con otras cosas, cosas que
no podía contar a nadie, cosas que ni ella misma entendía.
Todo empezó una mañana en que caminaba por la calle, un poco apresurada
porque llegaba tarde a recoger a su novio de pronto alguien la empujó y se vio
en el suelo, no había visto quien era, pero fuese quien fuese se iba a enterar
en cuanto levantara la
cabeza. Y lo hizo, pero no pudo protestar porque una preciosa
chica la estaba mirando muy apurada. No supo el porque pero se sonrojó al
mirarla, pero no podía dejar de hacerlo esos ojos la atraían son remedio. ¿Que
le pasaba? Se puso en pie, se arregló la ropa y sin volverla a mirar por lo que
pudiera pasar, se fue de ahí.