Es sábado el día en que la veo,
espero toda la semana que llegue este día y cuando lo hace me siento como una
niña en la mañana de Reyes. Entro en la cafetería, no quiero que crea que voy
por ella, aunque es así, por eso llevo el periódico bajo el brazo. Está detrás
de la barra ordenando y cuando me ve sonríe ampliamente, adoro su sonrisa desde
la primera vez que la vi. No hay nadie más, solo nosotras dos, vengo a primera
hora a sabiendas que así estaremos un rato asolas para charlar y a lo mejor
compartir alguna confidencia. Me siento en mi mesa, la de la esquina, justo al
lado de la barra, no quiero parecer muy osada sentándome muy cerca, me gusta
mantener cierta distancia. Ella está preparando mí café, ese que ya no le pido
porque sabe perfectamente como me gusta, la miro con cierto descaro sabiendo
que si se gira me descubrirá perdida en sus curvas y su pelo cobrizo. He soñado
tantas veces en su cuerpo, su tacto y sabor que casi puedo sentirlo con verla.
Mis pensamientos han volado a millones de años luz y cuando vuelvo ella ya no
está, ha andando hasta llegar a mi lado con dos cafés. A veces desayuna
conmigo, somos amigas y es normal no hay que ir más allá, no puedo leer más
lejos de eso duele ilusionarse y luego caer. Deja mi café delante del periódico
y coloca el suyo a mi derecha, sonríe, sus ojos se quedan atrapados en los míos
y me siento completamente desnuda, bajo la mirada al periódico buscando refugio
y fuerza.